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jueves, 23 de febrero de 2017

ENCUENTRO DEL LAICADO MISIONERO DE ANDALUCÍA


A MODO DE CRÓNICA

El encuentro era una necesidad constatada. Hace años que, en las distintas asociaciones y grupos de laicado misionero, se ve la “crisis” de personal que existe con deseos de salir a “las misiones”. Incluso hay ONGD o Asociaciones que ¡hace años que no tienen a nadie para salir a un destino misionero!

Seguramente de aquí salió la idea (planteada en una reunión de zona de OCcS): tenemos que conocernos, buscar un espacio común para vernos y compartir inquietudes y, ¿por qué no?, ver si hay cosas que podamos hacer juntos. Empezando por Andalucía, que es dónde ha surgido esta iniciativa. Pues ¿qué sentido tiene estar trabajando por lo mismo sin juntarnos para aunar fuerzas?





Ciertamente no podemos decir que nos mueve el Mensaje del Evangelio y no movernos, siempre, en perspectiva de unidad y no desde el punto de vista de buscar siempre lo que nos divide. Para quienes compartimos la única fe y la misma inquietud nos era fundamental encontrarnos… para compartir, redescubrir, construir “puentes”, establecer posibles lazos de unión.





Y sí. Ha sido posible. En Málaga (el pasado día 18 de febrero), en la Parroquia de Cristo Rey que está atendida por los Misionero de la Consolata, nos encontramos casi cuarenta personas (algunos sacerdotes, mayoría de laicas y laicos con experiencias misioneras, además de una decena de gente menuda).



















Hemos orado, hemos tenido información de la CALM (Coordinadora de Asociaciones de Laicos Misioneros de España) nos hemos expresado abiertamente (dando a conocer nuestros no tan distantes pero sí diferentes estilos…, compartiendo las propias realidades de cada grupo, con sus propias peculiaridades), hemos comido (compartiendo alimentos y palabras) y celebrado la Eucaristía (sin prisas, participativa).





Quedándonos con ganas de volver a encontrarnos, pensando que hemos de fomentar este tipo de encuentros que, siempre, nos enriquece, anima, alienta. Y algo más: el anhelo generalizado de avanzar en unidad, con la conciencia de que, hoy más que nunca, nos toca ser “Iglesia en salida” (como nos pide el Papa Francisco), Pueblo de Dios con un nuevo rostro más coherente al Evangelio, siempre cercano a las realidades más sufrientes del mundo actual, vivir la fe con “las puertas abiertas”.

De ahí, surgió que sería interesante plantearnos, cada organización: ¿qué es (desde la riqueza de cada organización) lo que podemos aportar a los demás? Ojalá no se nos vuelva una preocupación más, sino un paso adelante: una ocupación, una tarea a asumir.




«La fe es algo inquieto y activo» decía Martín Lutero. Así que ¡estamos en el buen camino!



Pero, haciendo de observador… yo diría que nos queda una inquietud (más o menos generalizada) en el ambiente: ¿hay algo que deberíamos cambiar en nuestros planteamientos sobre la Misión y sobre cómo hacer, hoy, “animación misionera”?

Y, por esto, es que me atrevo a plantearlo como un debate abierto:



Tal vez, es que tenemos un “problema” de concepción. Ya hoy el mundo no entiende la idea base de las Misiones: ir a evangelizar, llevar el Evangelio, convertir a las gentes…

Partiendo de la convicción de que no es necesario “convertir” ni “bautizar” a nadie, de que todos los credos contienen parte de verdad; incluso de que el “credo” de la Iglesia Católica no contiene toda la verdad, plenamente…




Es más: que cuando “las misioneras” y “los misioneros” vamos a “compartir la vida” con otras culturas, nos enriquecemos y descubrimos muchos valores que son encomiables…

No es que la hora de la Misión haya pasado. Pero sí hay que considerar que el planteamiento de la urgencia de llevar el Evangelio a todos quienes tienen otras creencias ya no es tanta… ¡Ya nadie piensa que son almas que se van a perder, que irán directas a la perdición eterna por no haber conocido a Jesucristo!




Pero es que, además, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que, acaso, la urgencia la tenemos en casa, en estas sociedades de vieja cristiandad; donde los valores evangélicos (confianza, solidaridad, compartir, amor fraterno, justicia) están más en desuso que en otras partes del mundo, entre otras tantas gentes que aún no han sido bautizadas.

Paralelamente, ya aquello de “llevarles la salvación, bautizándolos…” ya no es un “concepto” válido; pues desde el Vaticano II, sabemos (tenemos más claro) que la salvación abarca a todo el género humano; que toda criatura es hija o hijo de Dios.



Y si es así ¿no tendríamos que re-plantearnos la evangelización para el siglo XXI más como un abrazarnos, un acogernos, un despertar a la solidaridad… (empezando por casa)?

Vivir el Evangelio hoy ha de tener, más de “amor comprensivo” que de “tarea conquistadora”…  Y para eso no hacen falta “vocaciones” para irse a las Misiones…

Mirando estas realidades, las asociaciones de laicado misionero, ahora, en 2017… bien nos podríamos preguntar: ¿evangelizar, dónde, a quienes, cómo…?




El tema de Misiones, tendría que revisarse profundamente; a nivel de Iglesia universal, atendiendo a la realidad de nuestro mundo actual. También leyendo los “signos de los tiempos”. Se dice mucho eso de “no hay vocaciones”.

¿Y por qué? Quizás hemos fallado en no saber hacer una buena “animación misionera”; pero ¿no habrá también otras causas? Porque personas de buena voluntad, dispuestas a comprometerse con causas justas, siguen habiéndolas. No toda la juventud está pensando en coches nuevos o festivales de música electrónica o en emborracharse los fines de semana… Nos consta que no es así. Hay mucha conciencia social, bastante capacidad para comprometerse con causas que merecen la pena, que son de justicia. Pero eso de irse a las misiones difícilmente lo ven.


Respecto a resolver las desigualdades Norte-Sur (cuestión fundamental si queremos que el mundo sea un lugar de justicia, dónde se viva la fraternidad, sabiendo que todos somos hijos del mismo Padre-Dios), para eso no hay que ir a ninguna parte…, que la pobreza del Sur no es ni más ni menos que ¡consecuencia del enriquecimiento del Norte!

¿Cómo entender hoy el mandamiento de Cristo resucitado de “Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio, bautizándolos en Trinidad”?

Quizás se trata de (más que con palabras, con hechos) de demostrar que ¡hemos descubierto y creemos que Dios es Padre de todos, que creemos en la posible Fraternidad de todos los hijos de Dios! Empezando por vivir el amor en nuestras casas (pero sin cerrar puertas y ventanas). 


Creo (quiero creer) que el Espíritu sigue soplando, animándonos, iluminándonos ¡para que no decaigamos, para que sigamos trabajando por el Reinado de Dios! Pero de otra manera. Pero si nos atemorizamos, nos escondemos, nos tapamos los ojos ¡no nos vamos a enterar de qué es lo que nos está pidiendo hoy, aquí y ahora!



Pidámosle fuerza, valor, coraje, ánimo. El Mensaje del Evangelio ¡seguro que tiene sentido!, y en nuestras manos está que fructifique. Amén.


JMF








lunes, 15 de agosto de 2016

EN SOLIDARIDAD CON EL PUEBLO ECUATORIANO

LA HISTORIA
DE LA FELICIDAD

La Historia de la Humanidad siempre la han marcado grandes figuras que están escritas en los libros. Junto a ellas otras tantas, miles, millones de personas no necesariamente poderosas o conocidas ni reconocidas…

Considerando que todo el recorrer de la humanidad ha sido, es y será, siempre, una constante búsqueda de la felicidad… ¡cuántas aportaciones de tantos seres humanos han hecho que cambie, una y otra vez, el curso de los acontecimientos, que han iluminado (y siguen haciéndolo) el camino de las siguientes generaciones, empujando el destino de poblaciones enteras hacia nuevos senderos…, que ya harán que todo sea diferente.






Así quedan marcados, para siempre personajes de la Historia, como: Abraham, Ramsés II, Sidarta Gautema (Buda), Conficio, Sócrates, Aristóletes, Platón, Alejandro Magno, Julio César, Jesús de Nazaret, Mahoma, Carlo Magno, Dante Alighieri, Johannes Gutemberg, Cristobal Colón, Leonardo Da Vinci, Galileo Galilei, Isaac Newton, George Washinton, Napoleón Bonaparte, Simón Bolivar, Charles Darwin, Karl Marx, Thomas Edisón, Sigmund Freud, Mohandas Gandhi, Albert Einstein, Alexander Fleming, Henry Ford, etc., etc.

Si miramos a un calendario, si nos fijamos en nuestras agendas… ¡nos encontramos que estamos en 2016.

Es una clara referencia al nacimiento de Jesús de Nazaret, (si bien, en la actualidad algunos historiadores prefieren hablar para, supuestamente, despojarla de connotaciones religiosas, de la "Era Común"), pero la referencia sigue siendo la misma, Jesucristo: un pobre hombre, carpintero, que murió en la cruz junto a unos malhechores. Nadie como él hizo cambiar (queramos o no reconocerlo, nos guste o no la evidencia) el curso de la historia. Y no sólo por el Mensaje que él aportó extraordinaria y sorprendentemente válido y abierto a todos los tiempos, sino por toda la obra que la Iglesia cristiana (siguiendo su ejemplo) ha hecho mucho para contribuir al mejoramiento de la humanidad en tantos ámbitos de la vida.

Siempre con un razonamiento bien fundamentado:

Por la revelación sabemos que Dios, desde siempre, desde su eternidad, quiso y quiere una humanidad feliz; que, para ello, creó al hombre y la mujer (a imagen y semejanza suya) para que fuesen núcleo de vida comunitaria, con capacidad de lograr una existencia armónica. Y, confiando en el ser humano, dejó el mundo hasta ahí creado, en sus (nuestras) manos.



En el momento cumbre de la Historia, Jesucristo vino proclamando, a todos, para todos, el Mensaje de paz, amor, justicia, fraternidad, alegría esperanzada. Y, confiando en su discipulado, dejó ese “Reino comenzado” en manos de una incipiente Comunidad de Iglesia (que, ahora, pueden ser nuestras manos).   

Pero es que, nos invitó a participar del gran cambio de la Historia, lanzándonos a todos a la mayor de las revoluciones… al plantear tal cambio de paradigma que hizo que todo se entienda de otro modo. Así, vino a decir que su Dios, el Dios de la Vida, no opta por la riqueza, sino por la pobreza; y no por la comodidad y el poderío, sino desde el servicio:  

Nadie, hasta entonces, había sabido y entendido que Dios es feliz siendo pobre, que al venir al mundo hace, libremente, una opción por la pobreza. Y, así, sin discursos, nos dice que es desde abajo desde dónde el Mundo puede cambiar a mejor.

Y también que el sufrir, el ser perseguido por causa del Reino… es el mejor camino para vivir siendo felices. Pero es que, sorprendentemente, se atrevió a decir que hay que saber perdonar y que, sobre todo, hay que amar siempre ¡a todo el mundo!

Desde que el mundo es mundo, y desde que la comunidad de seguidoras y seguidores de Cristo constituyen la Iglesia, han pasado muchas personas de buena voluntad, haciendo el bien por sistema. Unas reconocidas en el santoral; junto a otras, tantas, que acaso pasaron más desapercibidas pero que también hicieron mucho bien en su vida.

La Historia de la humanidad (que marcha pareja a la “historia de salvación” para el pueblo creyente) no es, ni más ni menos que la historia de la instauración de la felicidad en todo el orbe. Como deseo profundo de todo ser humano, como plan salvífico de Dios (desde una lectura más espiritual). Aunque no siempre se supo leer correctamente.

En esta búsqueda, este trabajo entregado (tantas veces muy generoso y desinteresado) han estado (siguen estando) muchas personas. De entre ellas, tenemos un hombre irrepetible como es el de Leónidas Eduardo Proaño Villalba, conocido como “el obispo de los indios”. Aunque no esté en los calendarios, este testigo fiel del Evangelio fue y sigue siendo alguien fundamental para la historia de la humanidad, sobre todo por quienes le conocieron personalmente o leyeron sus escritos. Y, por eso, sigue siendo, año tras año, recordado y venerado con alegría, en el Chimborazo, en el Ecuador, en toda la Comunidad latino-americana.

Desde aquí yo me uno solidariamente a ese pueblo que (con motivo del vigésimo octavo aniversario de su muerte) pone, en sus manos, toda la energía posible para aplaudir la obra de Monseñor Proaño y para seguir haciéndola realidad cada día.

Seguir trabajando por la Historia de la Felicidad es un camino abierto: comenzado pero aún es Utopía.

               

jueves, 14 de abril de 2016

ENVÍO Y CONFIANZA


GRACIAS A ELISABETH

Dice el poeta hindú que "Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los hombres."

 
 
 
 


Y digo yo, ahora: cada persona (hombre o mujer) que recibe el crucifijo misionero,  que sale a Misión…, en ella Dios está diciéndonos que espera, que confía en la Iglesia.

Desde aquí, yo me siento interpelado: hoy, como ayer, la tarea de anunciar la Buena Nueva sigue siendo algo de vital importancia; puesto que las gentes, de todos los pueblos de la Tierra, necesitan la paz y la justicia, la comprensión y la misericordia, la confianza y la solidaridad.



Por ello, mi conclusión es inequívoca: el mundo necesita el mensaje del Evangelio. Poco o nada avanzará la raza humana hasta que no hagamos nuestra la “ley del amor”, hasta que no vivamos aceptando a todo ser humano como prójimo, como hermano; reconociendo, así, que Dios es Padre de todos.













En realidad no es tan importante hacer que todos reciban las aguas bautismales que regala la Iglesia Católica, sino que sientan la gracia del don del amor (profundo bautismo) que les haga vivir de esa manera nueva que podemos llamar Fraternidad, pero que también es Reino de Dios comenzado…



Gracias, Elisabeth, por hacernos renovar nuestro deseo de ser y hacer, un poco más cada día, lo que nos corresponde… por, precisamente, saber que Dios nos ama ¡tanto!

 
 
 
 


José María Fedriani

miércoles, 25 de marzo de 2015

RECORTE DE PRENSA PARA UN ANIVERSARIO


SAN ROMERO DE AMÉRICA

         A las seis y veinte de la tarde del 24 de marzo de 1980 era asesinado por un francotirador de un tiro en el corazón monseñor Oscar A. Romero, arzobispo de San Salvador (El Salvador), mientras celebraba misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, en la colonia de Miramonte. Fueron testigos cincuenta personas que asistían al acto religioso y quedaron atónitas e impotentes ante tamaño acto criminal.

         Durante los tres años que dirigió la diócesis de la capital salvadoreña (1977-1980), Romero ejemplificó los valores morales de la justicia, la paz, la solidaridad y la vida  en un país donde reinaban la injusticia estructural y la violencia institucional, las mayorías populares sufrían la pobreza y la marginación social, y la vida de los pobres carecía de valor.

         Vivió el cristianismo no como opio y alienación, sino como liberación; no al servicio de los poderosos, sino de los empobrecidos. Denunció la concentración de la riqueza en manos de unas pocas familias que mantenían al pueblo en un régimen de esclavitud. Criticó severamente la alianza entre los poderes político, económico y  militar, y el apoyo de Estados Unidos a dichos poderes para masacrar al pueblo salvadoreño. Buscó caminos de reconciliación a través de la negociación y de la no violencia activa. Con su testimonio y su estilo de vida anticipó la utopía de otro mundo posible sin violencia ni opresión política, sin desigualdad social ni corrupción, sin desigualdad social ni explotación económica, sin imperialismo ni militarismo.  

         El pueblo salvadoreño lo reconoció como santo y mártir desde el mismo día de su asesinato. En un bellísimo poema el obispo hispano-brasileño Pedro Casaldàliga le declaró “San Romero de América”. La Iglesia Anglicana lo incluyó en su santoral y es uno de los diez mártires del siglo XX representados en las estatuas de la Abadía de Westminster junto con Martin Luther King y Dietrich Bonfoeffer. El Vaticano, empero, ha tardado 35 años en dicho reconocimiento.

El proceso de beatificación empezó en 1990. Pero pronto surgieron obstáculos de carácter político y religioso que lo frenaron: la derecha política gobernante en El Salvador, los embajadores del país ante la Santa Sede, algunos cardenales como el colombiano Alfonso López Trujillo, etc.  

Juan Pablo II censuró en reiteradas ocasiones la actuación pastoral de monseñor Romero por considerarla más política que religiosa y por entender que había permitido la infiltración del marxismo en la Iglesia salvadoreña. El papa polaco agilizó el proceso de beatificación y canonización de José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, mientras ralentizaba el de monseñor Romero con la complicidad del arzobispo de San Salvador el español Fernando Sáenz Lacalle, miembro del Opus Dei, adversario declarado de monseñor Romero, de los jesuitas de la UCA y de la teología de la liberación, quien puso todos los obstáculos a su alcance para la beatificación.  

         Benedicto XVI definió a monseñor Romero como gran testigo de la fe y defensor de la paz, pero objetaba para su beatificación que “una corriente política deseaba utilizarlo injustificadamente como figura de estandarte”. Las cosas han cambiado durante el pontificado del papa Francisco, quien, poco después de su elección, comunicó al promotor de la causa de monseñor Romero, el arzobispo Vincenzo Paglia, que el proceso de beatificación quedaba desbloqueado y debía agilizarse. Se superaban así los obstáculos puestos hasta entonces por los sectores religiosos y políticos más conservadores de dentro y de fuera de El Salvador y del Vaticano. La comisión oficial de teólogos ha reconocido el martirio de monseñor Romero y el 23 de mayo será beatificado. Su beatificación constituye un reconocimiento de la teología de la liberación perseguida durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

        

Juan José Tamayo

(Aparecido en el periódico El País, en 24 de marzo de 2015 )
 

 


Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y director con L. Alvarenga autor de Ignacio Ellacuría: utopía y teoría crítica (Tirant lo Blanch, 2014).