ES HORA DE SALIR… AL MUNDO
Si nos sabemos seguidores
de Jesucristo, si nos sentimos Iglesia, es imprescindible que nos sintamos
llamadas y llamados a anunciar el Evangelio ¡a todo el mundo! Y a hacerlo ¡con
alegría!
Y, en este anuncio, como ya
sabemos, no podemos obviar a quienes lo están pasando mal (los pobres) ni
podemos olvidarnos de las injusticias que hacen que nuestro mundo esté tan
necesitado de acuerdos de paz, de diálogo, de comprensión, de tolerancia y
respeto para quienes piensan de otra manera.
Claro que lo primero y
urgente, para que nuestra tarea sea eficaz es mirarnos a nosotros mismos y ver
qué cosas necesitamos plantearnos, de base y cambiar: nuestra Iglesia se tiene
que convertir en MÁS MISIONERA, con un sentido más comunitario de nuestro
compromiso (la Misión es tarea de todos).
En medio de nuestro mundo
consumista y materialista, competitivo e individualista, que tantas veces sólo busca,
hasta de manera enfermiza, los placeres superficiales, dejando la vida interior
apartada de la vida real, resumiéndola a momentos de alejamiento
individualista, sin espacio para los demás, sin contar con los pobres, sin ya ni
escuchar la voz de Dios ni gozar de la alegría de su amor… (2).
Quizás es que nos falta
convencimiento real de lo que decimos creer ¿o acaso no sentimos esa viva y
profunda liberación que nos da la necesaria sensibilidad ante las necesidades
de los demás?, pues ¿tenemos conciencia de que, comunicándolo, el bien se
arraiga y se desarrolla? (9).
No es posible
comunicar-transmitir la alegría del Evangelio con cara de funeral. El mundo actual
(que busca a veces con angustia, a veces con esperanza) necesita recibir Buenas
Nuevas a través de ministros del
Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante
todo en sí mismos, la alegría de Cristo’” (10).
Y hemos de ser muy
conscientes de que TODO EL MUNDO tiene
el derecho de recibir el Evangelio. Por lo cual, los cristianos tenemos el
deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva
obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello,
ofrece un banquete deseable. No es proselitismo, es regalo. (14).
Claro que, pare eso, hemos
de cambiar muchas cosas. Fundamental es hacer una profunda transformación de la
Iglesia a MÁS MISIONERA. Ser Iglesia en salida: comunidad de discípulos
misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y
festejan. Y, porque tenemos la experiencia de que siempre fue el Señor quien tomó
la iniciativa, en el amor (cf. 1 Jn 4,10), hemos de saber adelantarnos, tomar la iniciativa sin miedo,
salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los
caminos para invitar a los excluidos. Deseando, vivamente brindar misericordia,
fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza
difusiva. (24).
Se tiene que dar una opción misionera capaz de transformarlo
todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y
toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la auto-preservación.( 27).
En constante
discernimiento, para llegar a reconocer
costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio, algunas
muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no son interpretadas de la
misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente; quizás pueden
ser bellas, pero ahora no prestan un servicio válido, en orden a la transmisión
del Evangelio. Hay que revisar muchas cosas; incluso normas o preceptos
eclesiales que ya no tienen fuerza educativa como cauces de vida. (43).
Salgamos, salgamos a
ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Mejor tener una Iglesia accidentada,
herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por
el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. (49).
NOS CUESTIONAMOS:
- ¿Qué experiencia personal
tenemos de alegría, en relación con el Evangelio?, ¿por qué?, ¿qué dificultades
encontramos para vivir, día a día, la alegría del mensaje evangélico?
- ¿Conocemos a personas que
destacan por su alegría en la vivencia cotidiana de la Buena Nueva del
Evangelio?, ¿en qué manifiestan especialmente su alegría?, ¿nos interpelan?
- ¿Sabemos transmitir nosotros,
individualmente o como Comunidad creyente, esa alegría?, ¿llegamos a interpelar
a alguien?
- ¿Tenemos conciencia de
nuestra responsabilidad misionera?, ¿sabemos y sentimos que hay mucha gente que
está esperándonos para encontrar el sentido de sus vidas?
- ¿Qué podemos aportar para
que nuestra Iglesia (desde el lugar que estamos) se haga más misionera (en
estado de “salida”) y testimoniadora de
la Alegría?
No hay comentarios:
Publicar un comentario