La PAZ es, ante todo, obra de la JUSTICIA. Supone y exige la instauración de un orden justo en el que los seres humanos puedan realizarse como personas, en donde su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad personal garantizada. Un orden en el que los hombres no sean objetos, sino agentes de su propia historia. (Medellín, 2, 14)
La paz sólo se obtiene creando un orden nuevo que “comporta una justicia perfecta entre los hombres” (P.P. 76). En este sentido, el desarrollo integral del hombre, el paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, es el nombre nuevo de la paz. (Medellín, 2, 14)
La paz, en segundo lugar, es un quehacer permanente. La paz no se encuentra, se construye. El cristiano es un artesano de la paz. (Medellín, 2, 14)
Nadie se sorprenderá si reafirmamos con fuerza nuestra fe en la fecundidad de la paz. Ese es nuestro ideal cristiano. La violencia no es ni cristiana ni evangélica. El cristiano es pacífico y no se ruboriza de ello. No es simplemente pacifista, porque es capaz de combatir. (Medellín, 2, 15)
Si el cristiano cree en la fecundidad de la paz para llegar a la justicia, cree también que la justicia es una condición ineludible para la paz. (Medellín, Paz, 16)
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