Los laicos, por su parte, que en toda la vida de la Iglesia han de tomar su parte activa, están no sólo obligados a impregnar el mundo de espíritu cristiano, sino llamados a ser testimonio de Cristo en todo, desde el centro mismo de la comunidad humana. (Gaudium Spes, IV, 43)
Viviendo en las ocupaciones del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida, los laicos están llamados por Dios allí “para que desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento… A ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las cuales están estrechamente vinculados”. (Lumen Gentium, 31 y Medellín, 10, 11)
… El laico se ubica, por su vocación, en la Iglesia y en el mundo. Miembro de la Iglesia, fiel a Cristo, está comprometido en la construcción del Reino en su dimensión temporal. (Puebla, 787)
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