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domingo, 9 de junio de 2019

SOMOS SACRAMENTO


CUERPO DE CRISTO

Un año más, nos preparamos para celebrar la festividad del CORPUS CHRISTI.

Pero ¿qué sentido le damos a esta celebración?

La Iglesia es Pueblo de Dios y Sacramento universal de la Salvación. Constituye y es Cuerpo de Cristo. Unidos a Cristo, por medio del Espíritu Santo, sobre todo en la Eucaristía (cena del Señor).


¿Qué sentido tiene marchar en procesión por nuestras ciudades con la custodia u ostensorio con la sagrada forma?

La hostia es “memorial”, es “recordatorio” de que el Espíritu de Cristo está entre nosotros. Que Él sigue acompañándonos en nuestro caminar, en nuestra búsqueda del Reino comenzado.

Él nos ayuda a hacer Iglesia (desde cada Comunidad parroquial, desde cada grupo cristiano en que nos “reunimos” para encontrarnos y conocernos, para “partir-compartir el pan”, para hacer familia. 


De alguna manera, la sagrada forma nos hace presente a Cristo que vivió y murió por nosotros y también que se encarnó en la humanidad; de tal modo que está vivo en cada uno de nosotros, en todos los hijos del Padre-Dios. Muy especialmente en la Iglesia, en el Pueblo de Dios.

La participación en la Celebración de la Eucaristía es (tiene que ser) una vivencia comunitaria.


Comunión proviene de KOINONÍA, que equivale a solidaridad, a poner en comunión. Comunión con Dios y comunión con la Comunidad cristiana, la Iglesia.


La representación ritual de la cena de despedida que Jesús celebró con sus discípulos antes de entregarse a la muerte, se actualiza cada vez que una comunidad se reúne (siendo signo de unidad, vínculo de amor fraterno, banquete pascual) para recordar, y así hacer presente el único Sacrificio de Amor total ofrecido por Jesucristo para la salvación de todos.


Su presencia en la Eucaristía nos alimenta, nos anima, nos da fuerza para amar al mundo. Y hacernos camino de sanación, curando mil heridas, llevando la alegría y la esperanza… ¡hasta los confines de la Tierra!

La comunión, el compartir el pan-hostia (en cada celebración de la Eucaristía) es el Sacramento de nuestra fe.


Pero para que sea “sacramento” tiene que verse lo que quiere hacer presente. Si un signo no “significa”, no es signo. Bien estaría que nos ocupásemos de que los signos significaran. Y no sólo en nuestra vida cotidiana (un beso, un apretón de manos, un abrazo; un brindis, un aplauso, un ramo de flores…); también en nuestras celebraciones litúrgicas.

Porque cada signo-sacramento tiene que dar vida a lo que pretende manifestar.

Por eso hay a quienes nos cuesta (es mi caso, por ejemplo) encontrarle sentido a “comulgar” sin comulgar. Mirando la hostia sin mirar a los hermanos, comiendo un pan no compartido: sin visualizar la comunión (común-unión).


Creo que Cristo se hace presente en cada celebración de la Eucaristía, en la que el Pueblo está “reunido en su nombre” y el sacerdote (que representa a Jesucristo) parte y reparte el pan consagrado.

Tiene sentido que si hay quienes (siendo miembros de la comunidad pero se encuentran con algún impedimento que hace que no puedan estar ahí) quieran participar de esa comida… y se les reserve una parte de esa comida- banquete. Lo que no tiene sentido es preparar más “comida” de la necesaria, pensando en que sobre para “reservarla”…; pues “eso” ya no es banquete eucarístico (¿es previsión miedosa?). ¿Para qué?, ¿para guardarla en el sagrario esperando que algún alma solitaria vaya a buscar ahí su consuelo? 


¿Qué sentido tiene ese Pan Santo sin la celebración eucarística comunitaria? Quizás alguien le encuentre alguna razón de ser; debe tenerla, aunque yo no la vea.

En realidad (pienso) es algo muy pobre el hecho de que nos quedemos en “adorar” esa “forma consagrada” encerrada en un sagrario o paseada en una lujosa custodia… y nos olvidamos de que Cristo, el Hijo de Dios encarnado, está también en las personas (muy especialmente en los más pobres) y en la comunidad cristiana que celebra la Cena del Señor.


Considero que puede ser una trampa. A veces utilizamos a Cristo para tranquilizar nuestras conciencias; para justificar nuestro egoísmo y falta de amor, nuestra insolidaridad.


Es más fácil encender una vela que acompañar a quienes sufren soledad, desamparo, temores y desesperanza.

Es más fácil decir que amamos a Cristo hostia que a Cristo encarnado en los pobres.

Es más fácil adorar a un Dios que no vemos que entregar nuestro amor a los otros, a nuestros prójimos.


Pidamos al Señor su ayuda, para que nos alimente y aliente, en la búsqueda diaria del tu Reino. Trabajando por la paz y la justicia. Y también ¡siendo testigos del Amor en el mundo!

            



No es justo (no es cristiano tampoco) quedarnos en ver a Cristo sólo en la Sagrada Forma (dándole culto hasta excesivo) y olvidarnos de verlo en el hermano sufriente y en la Comunidad de la que formamos parte y hemos de colaborar en mantenerla viva.



Recientemente, con el incendio de Notre Dame, se ha cuestionado bastante (en la calle y en las redes sociales) el hecho de que el pueblo francés (Ayuntamiento, entidades bancarias, donaciones privadas) ha recaudado, en sólo unos días, el capital necesario para restaurar la Catedral. Cuando hay ¡tanto templo vivo, tanto ser humano sufriendo de hambre, marginación, enfermedades!, y sólo tenemos la disposición de entregarles unas migajas de lo que nos sobra, insuficientes para que salgan de la indigencia.

Una vez más está claro que nos es más fácil adorar a Cristo en un trozo de pan consagrado que en un hermano sufriente.


“Creer es comprometerse”, decía José M. González Ruíz. Y no es ocurrencia nueva: ya el Apóstol Santiago decía que “fe sin obras es fe muerta”.  

¿Creemos… de verdad? ¿En qué, en quién creemos? ¿A qué nos compromete eso?


¿Vivimos nuestras creencias también en un mediocre “círculo de conformismo” en el que mejor no pensar mucho no sea que nos quedemos sin paz-tranquilidad interior? ¿Nos planteamos, seriamente, cómo ser signo de Amor, Sacramento de la Salvación en el mundo?


La consecuencia: Celebrar la festividad del CORPUS CHRIST tiene que ser una manifestación gozosa de sabernos invitamos a vivir unidos a Cristo, a ser con Él ¡Cuerpo de Cristo vivo en la Iglesia, el Pueblo de Dios!

Amén.

                                                  José-María Fedriani

8 comentarios:

  1. NO HAY QUE IR AL SAGRARIO, A JESÚS LO LLEVAMOS DENTRO!!!

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  2. Me parece correcto el planteamiento. Pero entonces ¿qué sentido tiene comulgar con las hostias guardadas en el sagrario? Porque me parece que es lo que habitualmente se hace en muchos sitios.

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    1. Yo no (tampoco) lo tengo claro. Acaso me falta fe. O tal vez quiero comprender lo incomprensible. Creo que me toca moverme en la perplejidad.

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    2. Yo creo que siempre es "memorial". Siempre, de alguna manera, nos hace presente a Cristo. Y siempre, también de alguna manera, se comparte con otros hermanos y hermanas que comulgan del mismo pan (aunque sea viejo, restos de otras celebraciones anteriores). Porque Él prometió que siempre estará con nosotros.

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    3. Sí, creo que tienes razón, Nidia. Mientras buscamos "lo perfecto", so renunciemos a valorar y disfrutar de lo que tenemos; aunque no sea lo ideal. Gracias.

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  3. Quizás lo importante es hacer (lograr) que Cristo se haga presente en ese pan y ese vino que se consagran "en comunidad". Pero aunque la asamblea se termine, aunque quienes celebraron la "Cena del Señor" marchen a la calle o a sus casas..., Cristo ya se ha quedado, una vez más, en la Eucaristía... ¡para ser alimento de quienes tengan hambre e Él!

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  4. https://www.religionenlibertad.com/blog/42909/corpus-christi-hacer-presente-a-cristo-en-el-mundo.html

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  5. Cuando yo iba a hacer la Primera Comunión, se me dijo que tenía que creer que Jesús estaba ahí, en la Hostia, en la Sagrada forma que se nos daba a comer. Luego, más de mayor, se me explicó que Cristo estaba en cada prójimo, en cada ser humano, sobre todo en los más pobres y necesitados; que creen en Dios implica amar al prójimo como a mí mismo. Y, la verdad, eso me resulta más difícil de asumir. Porque me hace tener que cambiar muchas cosas en mi manera de comportarme. Lo de tragar un pedacito de pan consagrado, eso es fácil. Lo de amar a mucha gente fastidiosa, ya eso (sinceramente) ¡cuesta tanto!

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