Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el REINO DE DIOS; tan importante que, en relación con él, todo se convierte en “lo demás”, que es dado por añadidura (cf. Mt. 6). Solamente el Reino es absoluto y todo el resto es relativo. (Ev. Nunciantti, 8)
El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (L.G., 8), trasciende sus límites visibles. Porque se da, en cierto modo, donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y su amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece en Cristo. (Puebla, 226)
De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino en todos los pueblos. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero. (Puebla, 227)
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