Unas opiniones para nuestra reflexión sobre la
Semana Santa
Yo pensaba que
Jesucristo había muerto en la cruz para hacerse solidario con todos los
crucificados de la historia. Yo pensaba que Jesucristo había muerto en la cruz
por ser defensor del débil frente a sus explotadores. Yo pensaba que Jesús
había muerto en la cruz por ser fiel al encargo salvador que le diera el Padre.
Yo creía que
Jesucristo había subido a la cruz para dar a todos los hombres un horizonte de
esperanza ante los dolores y sinsentidos de esta vida. Yo creía que Jesucristo había
muerto en la cruz para ser un grito de protesta contra todos los
sufrimientos que unos hombres causan a otros hombres. Yo creía que Jesús había
muerto en la cruz por no callar ante las injusticias que los poderosos ejercían
sobre los débiles. Yo creía que había muerto en la cruz por ser fiel a su
conciencia.
Yo pensaba que
Jesucristo había muerto en la cruz por defender la verdad y la justicia. Que
había muerto en la cruz para cargar en sus hombros y perdonar todo el pecado
humano. Yo creía que Jesús había muerto en la cruz por amor al hombre, a todo
hombre y, en especial, al débil y marginado. Yo pensaba que Jesucristo había
muerto en la cruz para animarnos a los hombres a construir un mundo más humano
y más feliz, un mundo de hermanos.
Pero según las
noticias de estos días, parece que no fue así, sino que fue para promocionar el
turismo en los días de Semana Santa.
Porque durante las
semanas anteriores, los responsables políticos, los alcaldes y delegados se
movilizan para atraer a sus municipios y regiones el mayor número posible de
turistas, con el objetivo de que los hoteles estén al completo y el consumo se
dispare. Pues así crecerá el número de empleos y bajará la cifra escalofriante
de parados.
Y, en lugar de
dedicar todo su empeño y todo el dinero común , sin que se pierda ni un solo
euro en cuentas B, a crear las condiciones necesarias para reactivar la
economía, encuentran aquí en las procesiones un modo fácil de llamar la
atención del visitante y activar el consumo.
Incluso algunos
cofradieros se desviven para que su santo y su procesión puedan lucirse más
espléndidamente y ser la admiración de propios y extraños.
La Semana Santa,
querido lector y especialmente si eres cristiano, no puede ser pretexto para el
turismo y el negocio. La Semana Santa tiene un significado mucho más elevado y
mucho más importante. Es la Semana en la que los cristianos condensamos, como
en un ramillete, toda la vida y toda la lucha del Señor Jesús por ayudar a los
hombres a construir un mundo de hermanos, en lo cual consiste el reino de Dios
en su etapa terrenal.
Es la Semana en la
que rememoramos todo el sufrimiento que Cristo arrostró por defender la
justicia para los débiles y la dignidad de todos.
Es la Semana en la
que evocamos y gozamos el inmenso amor de Jesús a todos los hombres, amor por
el que estuvo dispuesto a afrontar todo el sufrimiento que los poderosos
egoístas le infligieron.
Es la Semana en la
que contemplamos toda la grandeza de Jesucristo, el Señor, el único Señor de la
historia.
Por ello, los
cristianos, creo que no debemos permanecer silenciosos ante un uso equivocado y
torticero del sentido profundo y salvador de la Semana Santa. La persona, al
ser un ser social, repercute en la sociedad con cualquiera de sus actividades
y, en especial, con las actividades de su conciencia religiosa. Por ello, no
debemos permanecer indiferentes y mirar para otro lado ante las
interpretaciones erróneas de nuestra fe. Sino que debemos dar testimonio,
humilde pero firme, del verdadero significado de nuestras celebraciones.
COINCIDENCIAS
Cuando pienso en la Semana Santa, días de grandes manifestaciones
religiosas, me llama la atención que lo que en realidad se está mostrando procesionalmente
y en los grandes discursos o pregones, son las secuencias de la pasión y muerte
de Jesús de Nazaret, es decir, la condena y la ejecución de un hombre con la
muerte más dramática y dolorosa que se pueda imaginar. Pero, es curioso, para
nada se comenta ni se detallan en esas procesiones y pregones cuáles son las
causas que provocaron ese juicio y esa condena a muerte; lo que equivale a
conocer las razones que llevaron a Jesús a ese riesgo de perder su vida en una
cruz: defender a las personas más vulnerables y excluidas de la población
humana de Palestina; denunciar las
injusticias y los abusos de los poderosos y de las instituciones religiosas de
su momento histórico; destapar la corrupción de quienes manejaban, con su
influencia y su poder, decisiones sociales, económicas y políticas que afectaban
a los más débiles; sanar a los enfermos y recuperar su dignidad como persona,
que le era negada por las normas y cultos religiosos; acoger a quienes nadie
quería y compartir con esa población rechazada por los prejuicios sociales y
religiosos. En definitiva, Jesús de Nazaret era un hombre que vivía de una
manera distinta a las costumbres y normas impuestas por unos dirigentes
políticos, económicos y religiosos que buscaban su propio lucro personal,
garantizando así, el mantenimiento de sus privilegios. Suena un poco o un mucho
a nuestra actualidad en el siglo XXI, ¿verdad?
Pues bien, como digo, se silencia completamente cuales
fueron esas razones humanas que llevaron a Jesús de Nazaret a su condena de
muerte en la cruz. Se prefiere mostrar un dolor y un sufrimiento divinizando la
imagen del crucificado, en lugar de ese dolor y ese sufrimiento humano causado
por el cúmulo de injusticias y corrupciones que Jesús denunciaba, sufriendo las
consecuencias por su forma de vida.
Los medios de comunicación de hoy, en sus páginas y sus
imágenes, dan a conocer con todo lujo de detalles el espectáculo de la muerte
en cualquier lugar del mundo. También de Palestina. Lo vemos en las noticias de
todos los medios de comunicación y en los programas dedicados a la información.
Lo mismo que dan a conocer las imágenes de las procesiones con la muerte de
Jesús. Es llamativo descubrir cómo se manipula la información según los
intereses de quienes ordenan y dirigen lo que conviene en cada momento. Y lo
hemos podido constatar en fechas recientes con la gran manifestación en Madrid
el 12M. Han sido tres días de concentración y manifestaciones pacíficas, sólo
alteradas por esas provocaciones dirigidas por personas y entes interesados,
provocando agresiones y violencia injustificadas. Pues bien, los medios han
destacado básicamente esos altercados con imágenes y noticias relacionadas con
la violencia. Muy poco o nada se ha dado a conocer la lista tan grande de
denuncias y reivindicaciones que mostraban los manifestantes con sus pancartas,
sus voces rotas y sus discursos, que trataban de dar a conocer públicamente y
en los centros de poder el terrible sufrimiento que padece la población
española más vulnerable a causa de las injusticias y corrupciones de los
poderosos. Ni el entorno del poder político, ni el económico ni el
institucional religioso se han hecho eco de esos gritos de dolor y sufrimiento
que afecta a esa población mayoritaria en lo humano, lo social, lo económico,
lo asistencial: sanidad, educación, vivienda; en la falta de trabajo, etc.
Es curioso, sucede lo mismo con las manifestaciones
religiosas de la Semana Santa y con los sucesos de nuestro mundo de hoy, se
publicita en los medios de comunicación lo dramático de las consecuencias de
unos hechos, pero no las causas que los motivaron. El procedimiento es el mismo
en cualquier época de nuestra historia humana: se silencia lo que no interesa a
quienes manejan el poder en cualquiera de sus manifestaciones.
De esta manera, la
vida de Jesús de Nazaret, lo que hizo en su vida terrena a favor de quienes
sufrían las consecuencias de tantas injusticias y corrupciones, su juicio y su
condena a muerte, se parece mucho a lo que ocurre en el siglo XXI,
silenciándose las razones y las causas de las denuncias que tratan de dar a
conocer la triste e injusta realidad que afecta a la población mundial más
vulnerable.
José
Olivero Palomeque
DEL TEMPLO
A LA CALLE
Los
templos son los espacios acotados de todas las religiones para encontrarse con
la divinidad. No sirven los lugares profanos, los de la vida cotidiana. Se
crean edificios y ámbitos que faciliten la experiencia religiosa.
Acontecimientos importantes, como el nacimiento y la muerte, tienen sitio en
las iglesias. Se trasladan de la vida a lo sagrado. Las imágenes son los
símbolos, que representan la historia y tradiciones de cada religión. En el
cristianismo, se centran en la figura de Jesús y de sus seguidores. Se busca lo
divino desde la historia, porque se cree en un Hijo del hombre, que fue también
Hijo de Dios. Como lo pasó mal y acabó en la cruz, es fácil identificarse
emocionalmente con él.
Sus imágenes procesionales reflejan lo humano y lo divino (Jesús del Silencio, de las Penas, del Gran Poder, de la Pasión, de la Expiración, etc.). La figura de la madre se asocia a su proyecto de vida, a pesar de escasa presencia en su vida pública. No hay duda de que también vivió una pasión. Sus imágenes lo recuerdan (Amargura, Soledad, Esperanza, Angustia, de los Dolores, del Buen Fin, de los Remedios, etc.). "Nuestro Padre Jesús Nazareno" y "Nuestra Madre", así los llama el pueblo andaluz, simbolizan las penas y sufrimientos de la gente, que, a través de ellos, busca a un Dios humano y cercano.
En Semana Santa, se dejan los espacios sagrados y se sacan las imágenes a la calle. No basta con los sitios separados de la existencia profana, hay que encontrar a Dios en la vida cotidiana. Las imágenes van a donde vive la gente, donde se dan los acontecimientos, donde se realiza la historia de cada uno. Se desplazan de lo sagrado a lo profano. Se sale de lo religioso acotado, para encontrarse con lo humano. Se puede decir que toda la ciudad es un templo. Esta dinámica responde a un rasgo cristiano fundamental: hay que encontrar la divinidad en la vida. El templo no es el lugar para ese encuentro, sino lo cotidiano, la relación con las personas. Especialmente, las situaciones en las que hay sufrimiento, injusticia, marginación y pobreza. En el crucificado se revela la divinidad, donde menos se esperaba. No en el templo, ni en el palacio, sino en la víctima de la injusticia, en el mesías de los pobres. La divinidad irradia en el crucificado, los pasos transforman la corona de espinas en un signo de gloria. Nos recuerdan que Dios está con los crucificados de este mundo y con quienes tienen hambre y sed de justicia. Dios quiere hacerse presente en los que viven una pasión en su vida.
El peligro de las religiones es desvincular lo sagrado de lo profano. El
capillita que busca a Dios en las iglesias y no lo encuentra en medio de la
vida, está cercano a los que mataron al Nazareno. Buscar a una divinidad ajena
a lo humano, que se refugia en espacios, tiempos, rituales y ceremonias
separadas de la vida, es contradictorio con una religión que cree en la
filiación divina del Hijo del hombre. Nietzsche denunció que las iglesias son
los sepulcros de Dios. Porque "Dios ha muerto", cuando no tiene
consecuencias para la vida. Amarlo en el templo y marginarlo en la vida
cotidiana, es la trampa de las personas religiosas.
Del templo a la calle es ambiguo, porque no basta con meter la religión en lo
cotidiano, si no se meten los asuntos humanos en la religión. Por eso las
imágenes de las Hermandades no pueden quedarse en representaciones religiosas,
que se sacan procesionalmente una semana del año. Hay que buscar a los
crucificados de hoy, a aquellos en los que Dios quiere hacerse presente,
personas con las que se identificó el mismo Jesús de Nazaret.
Las imágenes mejores de la Semana Santa no son las de nuestras procesiones. Hay que encontrarlas en los que huyen del hambre, heridos por las cuchillas de nuestras alambradas; en los parados que no ven salida; en los estafados, que han perdido sus ahorros; en los pobres, impotentes, cuando se recortan los servicios sociales; en los enfermos y ancianos que se sienten solos y abandonados. La religión, al margen de lo humano, no tiene sentido. Y la pasión de Jesús tampoco, cuando es mero recuerdo histórico sin consecuencias para nuestra actualidad. Por el contrario, cuando la búsqueda de Dios lleva a identificarse con los que lo pasan mal, la religión tiene un potencial de sentido y de transformación insospechado.
Las imágenes mejores de la Semana Santa no son las de nuestras procesiones. Hay que encontrarlas en los que huyen del hambre, heridos por las cuchillas de nuestras alambradas; en los parados que no ven salida; en los estafados, que han perdido sus ahorros; en los pobres, impotentes, cuando se recortan los servicios sociales; en los enfermos y ancianos que se sienten solos y abandonados. La religión, al margen de lo humano, no tiene sentido. Y la pasión de Jesús tampoco, cuando es mero recuerdo histórico sin consecuencias para nuestra actualidad. Por el contrario, cuando la búsqueda de Dios lleva a identificarse con los que lo pasan mal, la religión tiene un potencial de sentido y de transformación insospechado.
Hay que sacar la religión de las sacristías y los templos. Por eso, la Semana
Santa andaluza es ambigua, como lo es todo lo sagrado. Sólo sirve cuando es un
mensaje de salvación, que compromete con la fraternidad y la solidaridad
humana.
Juan A. Estrada