Dicen (se
dice quizá en demasiadas ocasiones) que “la esperanza es lo último que se
pierde”. Muchas veces porque, ante el
peligro de dejarse arrastrar por el maldito río de la depresión, cogemos la
barca de la esperanza para no ahogarnos; tal vez como la más fácil opción, pues
algunas duras realidades de la vida pueden dejarnos muy abajados de energía.
Pero no
siempre es una verdadera Esperanza a la que nos aferramos, sino sólo un impulso
ilusionado (así y todo, tantas veces, suficientemente válido para salir de la riada).
Pero como la suma de experiencias positivas nos lleva a sentir que podemos
confiar en la Vida, las vivencias de sentirnos “a salvo” una y otra vez, nos
invitan a creer que “es posible” hasta lo que creímos imposible.
Y el caso es
que, si perdemos nuestras esperanzas…, nos quedamos sin ilusión, sin ganas de
seguir avanzando, buscando ilusionadamente, vivir válidamente…
Por eso es
importante mantener viva la esperanza.
Y, en
tiempos de “crisis” como en el que estamos, es que se impone la necesidad de
vivir la Esperanza activamente.
Ahora más
que nunca, es la hora de la lucha activa. Sin cañones ni pistolas, pero sí con
acciones ilusionantes, con iniciativas posibles y llenas de creatividad.
Hay
situaciones que nos empujan a “caer en la tentación” de la desesperanza. Las
estadísticas de personas capaces que solamente cuentan a la hora de engrosar
las colas del paro van en aumento. Los objetivos del milenio (erradicar la
pobreza extrema y el hambre; lograr la enseñanza primaria universal; llegar a
la igualdad entre los géneros; reducir la mortalidad infantil y mejorar la
salud materna; combatir las graves enfermedades, como SIDA y paludismo;
garantizar el respeto al medio ambiente y lograr un desarrollo sostenible;
hasta fomentar una asociación mundial para el desarrollo) parece que nunca se
van a alcanzar. Y siguen las guerras, el hambre y la sed, las enfermedades…
La miseria
existe y estorba en medio del camino por el que ha de llegar la felicidad. El
aire que respiramos está contaminado de desesperanza. Nuestras historias
cotidianas se mueven en medio de ríos de desencanto, de escepticismos
viscerales, de un cierto pesimismo generalizado, de desilusión por la Vida.
Estamos
frente a una gran riada que nos quiere arrastrar. La sociedad ha perdido mucha
confianza, tiene miedo a perder… “esas seguridades” del pasado que ya no pueden
ser.
Y, por eso,
es la hora de la lucha. De pelear por instaurar LA ESPERANZA.
La necesidad
de soñar, de imaginar un mundo nuevo y diferente y mejor sigue estando en lo
más profundo del corazón de los humanos.
Y es
queriendo cambiar la realidad como lo haremos posible. No sin esfuerzo. Jamás
renunciando a hacer realidad nuestros sueños (no vale bajarse del tren de la
Historia).
La utopía de
buscar todo “lo posible”, aunque aún no lo sea; aunque todavía parezca
imposible. Porque la esperanza (que conlleva tiempo de espera) es el motor que
nos pone en movimiento, es la fuerza que nunca admite conformismos. Porque,
teniendo a la Esperanza como compañera, tendremos siempre la certeza de que,
todavía, nada está acabado: que, por mucho que avancemos, aún falta “algo más”
para estar más cerca de la nuestra Utopía.
Sea esta una
invitación a vivir más auténticamente LA ESPERANZA. Que es lo mismo que a
luchar por lograr por un mundo más pacífico, más igualitario, más justo, más
fraterno, más humano.
Pero es que,
además, nuestra vida (para todo el mundo) tiene sentido a partir de que sabemos
qué hacer con ella. Porque, cada ser humano, tiene una “misión” que cumplir. Y,
por ello, es importante que seamos conscientes de que somos necesarios,
insustituibles, hasta imprescindibles; pues aquello que nos toca hacer (a cada
una, a cada uno), si no lo hacemos…
¡quedará pendiente…!
No podemos
perder la esperanza. Tenemos que, dando toda la importancia que tiene el
optimismo, esforzarnos por vivir estando, siempre, esperanzadamente alegres.
Pero… ¿y qué
de quien nunca tuvo esperanza? No se puede perder lo que no se ha tenido. Y es
que, pienso, es algo que está sucediendo a mucha gente: aún no han descubierto
lo que es la ESPERANZA. Aún no han encontrado motivos para tener esperanza
(para vivir válidamente).
Pues: a
quienes tenemos esa Luz, nos toca iluminar a quienes están en la sombra:
La Esperanza
es (tiene que serlo siempre) activa. Nunca es pasiva. Es motor de nuevas
posibilidades. Es función utópica permanente: siempre hay más cosas por hacer.
Es compromiso vital con la Historia de la Humanidad.
Y tiene que
ser contagiosa. Si no sabemos contagiar lo que nos hace felices ¿a qué jugamos?
Vivir es
transmitir vida: ser felices es compartir motivos de gozo, soñar con un Mundo
Mejor… ¡tiene que ser todo un compromiso real por transmitir ganas de quererlo
y buscarlo!
Dom Pedro
Casaldáliga lo dice así:
“La
utopía es hija de la esperanza.
Y
la esperanza es el ADN de la raza humana.
Pero ha de ser una esperanza creíble,
justificable
y que actúa”.
José-María Fedriani