¿QUÉ ES VIVIR LA EUCARISTÍA?
Se nos dice que la Eucaristía es la fuente y el culmen de toda vida cristiana, el propio núcleo del misterio de la Iglesia. Que la Iglesia vive en eucaristía permanente en el sentido de que lo que ella vive, que toda su experiencia de vida tiene su fuente en la eucaristía y culmina en la eucaristía. La Eucaristía es fuente de vida. Así, para el Pueblo de Dios, hay una relación íntima entre eucaristía y vida cotidiana (en todos los aspectos. humanos, sociales, económicos, políticos y culturales). Quizá por eso los cristianos de las primeras comunidades llamaban a la eucaristía “repartición del pan”: hay que re-partir y compartir... lo que necesitamos para seguir viviendo.
Hace décadas (para algunos hace siglos), se creía que Jesucristo se había quedado “entre nosotros” pero en la Eucaristía. Y ésta se entendía como hostia (o sea: una hoja redonda y delgada de pan ácimo, que se consagra en la misa, con la que se comulga y con la que se hace la reserva en el sagrario para que siga estando presente en el templo). Y creyendo que ahí estaba Cristo, se hicieron grandes iglesias y lujosos sagrarios y custodias...
Hoy más bien se cree que Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la Tierra a encarnarse en todos los humanos, y está presente sobre todo en los más pobres.
La gran contradicción es que, si hoy creemos que Jesucristo está vivo y presente en las criaturas sufrientes... ¿cómo es que la Iglesia (que somos todos los creyentes) no se preocupa y ocupa de, en vez de hacer grandes templos, construirles viviendas dignas y proveerles de medios para tener una vida digna?
Participar del banquete oferente, es arriesgado, pues nos ha de implicar. Tanto que si no hay compromiso comunitario, no hay verdaderamente Eucaristía.
La eucaristía es fuente y culmen de la vida eclesial en el plano de los signos. Pero no podemos confundir el signo con la realidad. Jesús lo dejó claro: “haced esto”, en memoria mía... Lo que dijo no fue: recordarme y con eso es suficiente...
Comer es fundamental para vivir. Las comidas son momentos centrales del día, pero no vivimos para comer.
El núcleo del misterio de la Iglesia es el amor solidario, que se expresa en cada eucaristía; pero si no se vive del amor solidario, el “signo” en la celebración eucarística queda sin valor, pues no significa nada. La Eucaristía es comunión, sin fronteras, sin exclusiones.
¿Cuáles son las exigencias de la solidaridad entre nosotros?
En el Evangelio de Juan (el que escribe ese discípulo que, precisamente estaba más cerca de Jesús, aquel día de la cena), no se nos habla de pan y vino sino que es el relato del lavatorio de los pies el que ilustra el profundo significado del sacramento: se trata de servir.
Sin embargo..., como es más difícil y comprometido, nos gusta quedarnos con el Cristo-hostia, que lo guardamos en un armarito dorado... ¡y se nos acabaron los problemas!
Anunciar la muerte del Señor «hasta que venga» incluye, para quien participa de la Eucaristía, el compromiso de transformar la vida, para hacerta toda eucaristía.
Para aclararnos, tenemos los ejemplos que aparecen en los evangelios: las comidas que Jesús comparte con los discípulos durante toda su vida, anuncian y anticipan el banquete del fin de los tiempos, a la vez que significan la Salvación que él inauguraba y la nueva comunión con Dios y con todos los seres humanos. En estas comidas cotidianas, abiertas a la participación de todos en su mesa: pobres, pecadores y gente marginalizada, Jesús anunció una nueva fraternidad universal y significó el Reino de Dios.
Si la Iglesia nace en la Eucaristía, en el sacrificio de Jesucristo en el que Dios se nos comunica, no podemos olvidar que, en aquella liturgia de entrega total, Jesús entrega ofrece a los suyos la comunión de vida entre Dios y la persona humana. Por eso, desde entonces, Cristo está presente en toda acción de la Iglesia, Pueblo de Dios, que está siendo y haciéndose realidad en sus asambleas celebrativas y también en sus luchas por hacer avanzar su Proyecto salvífico.
El sujeto de la celebración es la comunidad que celebra la presencia de Dios dentro de la vida. En la celebración eucarística está el Señor presente, siendo Iglesia al servicio de la humanidad, al servicio de transformar el mundo en Reinado de Dios. Pero fuera de la celebración, ¡sigue el Señor presente! siempre que dos o más estén reunidos, haciendo algo, en su nombre.
Unas ideas (para reflexionar y, si es posible, compartir):
No hay “compartir de la vida” si no hay solidaridad, si no se dan unos compromisos inter y extra comunitarios.
No hay “familiaridad” dónde la familia no vive con el mismo espíritu: compartiendo un proyecto de vida, soñando juntos, dando y encontrando apoyo, siendo solidarios, mutuamente; luchando juntos por un mismo ideal.
No hay “comunión” si la comunidad no vive compartiendo vida, esperanzas, compromisos. Siendo “familia del corazón”.
No puede haber “sacramento” de Comunión, si no hay Comunidad dónde se comparte la vida. Donde hay vivencias...
El “sacramento” o “signo” está más en el hecho de “compartir” que en lo que se comparte. Sin quitar importancia a aquello (material o espiritual) que se comparte, pues no es lo mismo compartir un CD que una colección de incunables, ni una taza de azúcar que toda una comida; tampoco la de comentar el acierto de haber visto una determinada exposición de pinturas, que la de contar la propia vida con todas las más profundas experiencias.
La celebración de la Eucaristía es “sacramento de Comunión”.
También es “memorial” de la entrega de Cristo, del compromiso radical de dar su vida, de su entrega hasta la muerte en la cruz. Es lo que El expresa al decirnos: Esta es mi vida,... os la doy: “este es mi cuerpo entregado...”, “esta es mi sangre, derramada por vosotros...”.
No se trata de “desarrollar una liturgia”, de llevar a cabo unos “ritos”... Sino de “aprehender” el Mensaje de Jesucristo. Algo que hacemos nuestro.
Y no es la liturgia la que nos “cambia” la vida. Asimilar, digerir (como un alimento) lo que el Señor nos plantea... ¡compartir la misma misión!.
Es hacernos partícipes de “esa vida” redentora: el “memorial” tiene que llevarnos al compromiso más exigente de luchar por los valores del Reino: nos exige entregar nuestras vidas por ir haciendo realidad la verdadera Paz, la auténtica Justicia, la total Fraternidad entre todos los habitantes de la Tierra... (hasta los confines). Por eso tiene también que ser muy misionera.
Es celebrar que Jesús existe y está “con nosotros”, hasta el fin de los tiempos, para que hagamos realidad su Misión.
José-M. Fedriani